El término chamán (castellanización del inglés shaman), es de origen siberiano- tungus (samán). Su significado alude a la idea de movimiento, de agitación corporal (Narby 1997:151) y su uso se ha extendido a partir de la literatura antropológica a prácticamente a todas las culturas indígenas del mundo. Si bién cada grupo indígena tiene su propia denominación para aquellas personas que tienen el rol de ser el puente entre la comunidad y los otros planos y dimensiones de realidad, la palabra chamán se ha universalizado.

Se accede a esta jerarquía por transmisión hereditaria, revelación o aprendizaje. Dominan “las técnicas arcaicas del éxtasis” (Eliade 1951) por las cuales tienen la capacidad de viajar –a través del llamado “vuelo chamanico”- entre los mundos, ya que en esta concepción, la realidad es una totalidad integrada por distintos mundos contiguos (Costa 2003:24) Los chamanes poseen este don de viajar que los hace diferentes y únicos. Son los encargados de curar, pero muchas veces también predicen el futuro, dirigen las ceremonias y son los sabios consejeros, porque custodian la cosmovisión que explica el misterio de los hombres y del mundo.

La antigüedad de esta práctica es milenaria y en la actualidad está plenamente vigente en centenares de pueblos originarios. Algunos investigadores sugieren el tármino “chamanidad” -más bién que el tradicional de “chamanismo”- para definir lo que es antes que una actividad un estado del espíritu (Vitebsky 1995 en Costa 2003:10).

Desde un principio, mis primeras experiencias de campo como antropólogo me confrontaron con estas situaciones. Esos trabajos los llevé a cabo a mediados de la década de los años setenta en el noroeste de la Argentina, en la zona del denominado “Chaco-salteño”. Me encontré por entonces con un universo muy distinto al mío, poblado de espíritus acechantes, lleno de incertidumbres y peligros, con poderes desconocidos. Por primera vez estas experiencias cuestionaban seriamente mi forma de ver el mundo y la vida.

Por aquellos días pletóricos de impresiones primordiales, presencié una cura chamánica, del tipo de la que los antropólogos conocemos tradicionalmente como “cura por succión” con lo que recibí un nuevo impacto, todavía más fuerte y que tenía que ver con el darme cuenta que podían existir otras formas de conocimiento. El anciano chamán –un ipayé de origen ava-guaraní o chiriguano- ejercía su poder de “ver” al paciente.

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