Hace 138 años caía asesinado en plena “conquista del desierto” uno de los grandes líderes indígenas de las pampas que se había negado a la rendición

Los ranküllche o ranqueles fueron uno de los tres grandes pueblos indígenas que dominaron el escenario del centro de las pampas argentinas durante el siglo XIX. Hacia el sur de sus tolderías estaban los mapuches huilliches de Calfucurá y Namuncurá en la zona de las Salinas Grandes y hacia el este y el sur en un amplio espacio entre la actuales provincias de Buenos Aires y La Pampa, los gününa küna mapuche de Vicente Catrunao Pincén, con asentamiento final en la laguna de Malal Co

La gente de los carrizales

Es una de las traducciones aceptadas de la denominación ranqueles, rankulches o rankacheles. Se dividían en tres grandes agrupaciones en los sitios de Leubucó, Poitagüe y El Cuero. Etnia consolidada a partir de los siglos XVII a XVIII con el aporte de distintos grupos como los tehuelches septentrionales (querandíes), pehuenches “araucanizados”, mapuches y huilliches, mantuvieron desde siempre una autonomía étnico-cultural y política respecto a los pueblos mapuche y tehuelche.

Linajes principales fueron el de Yanquetruz (luego Pichún Gualá, Baigorrita y Lucho Baigorrita) en Poitagüe; el de los Zorros (Gnerrë, Güor) a partir de Painé Gnerrë , seguido por Calvaiñ Huaiquigñër o Galván Rosas; Mariano Rosas o Panguitruz Gnerrë y Epumer en Leubucó; y finalmente el de Carripilon, del cual se asumiría como descendiente el cacique Ramón “Platero” Cabral en la zona de la laguna de El Cuero.

Hacia 1862, toma el cacicazgo de Poitagüe Manuel Baigorria (Baigorrita), hijo de Pichún Gualá y la cautiva Rita Castro, con tan solo 25 años. Mantuvo un liderazgo que no supo de dubitaciones ante el winka, lo que no le impidió llevar adelante negociaciones hasta el final.

El gran cacique mestizo, diplomático y guerrero

El mundo de diversidad de las tolderías posibilitaban entrecruzamientos que más allá de diluir a las culturas originarias las consolidaba en una identidad enriquecida. El mestizo Manuel Baigorria Gualá toma sus primeros nombres de su padrino, el coronel Manuel Baigorria, exilado durante décadas en las tolderías ranqueles y gran amigo del lonko Pichún. Pero la historia lo reconoce como Baigorrita, como lo supieron llamar.

Su cacicazgo fue lo suficientemente intenso como para dejar una huella profunda en el mundo indígena. Como muchos de los otros grandes caciques de aquel momento histórico alternó la defensa de sus territorios y de su comunidad enfrentando a las fuerzas militares y realizando malones cuando ello fue necesario, con la diplomacia y la negociación constante con el gobierno nacional o el “Sr Gobierno” como ellos solían llamarlo.

Muchas comitivas diplomáticas eran enviadas hacia los centros urbanos en busca de la ratificación permanente de los acuerdos alcanzados y de su cumplimiento. Del mismo modo recibe en sus toldos a los emisarios del “Sr Gobierno”. El viaje que hace el coronel Lucio V Mansilla, jefe de la frontera de Rio Cuarto a las tolderías ranquelas en 1870, no lo deja de lado.

En su clásico “Una excursión a los Indios Ranqueles”, el escritor y militar ofrece una interesante pintura del gran cacique: “tiene talla mediana. Predomina en su fisonomía el tipo español (de su madre, de la que le hablaba muy bien) Sus ojos son negros, grandes, redondos y brillantes, su nariz respingada y abierta: su boca regular; sus labios gruesos, su barba corta y ancha. Tiene cabellera larga, negra y lacia y una frente espaciosa que no carece de nobleza. Su mirada es dulce, bravía, algunas veces. En ese conjunto sobresalen los instintos carnales y cierta inclinación a las emociones fuertes, envuelto todo en las brumas de una melancolía genial…tiene reputación de valiente, de manso y de prestigio militar entre sus indios. Sus costumbres son sencillas. No es lujoso ni en los arreos de su caballo….Tiene 32 años…” De Baigorrita como de muchos otros caciques no se conoce fotografía alguna. El retrato que acompaña a esta nota basado en las descripciones de la época pertenece a R. Capdevila (1987).

Todas las fuentes coinciden en la franqueza y claridad del cacique. El Padre Alvarez, uno de los emisarios enviados para la firma del Tratado de 1872 así lo define : “este es el indio más sincero que he encontrado en Tierra Adentro; dice lo que siente, sin rodeos, y manifiesta sus temores sin reservas…”

El Tratado de 1872 en que se explicitaba la paz y el sistema de relaciones entre los caciques Mariano Rosas, Baigorrita y el gobierno argentino, fue varias veces revalidado mostrando los ranqueles una actitud de convivencia con los criollos. Sin embargo, el plan creciente del poder ideológico, político y económico de Buenos Aires de proceder a la toma de los territorios indígenas y el rol cada vez más protagónico de su fiel representante el general Julio A Roca, iban cerrando el cerco a las comunidades indígenas libres de las pampas.

La encerrona final

Ya hacia 1875 Roca intentó anular el Tratado y más allá de que en 1878 el presidente Avellaneda firmaba su renovación, Roca y el ejército comenzaban a transitar las vísperas de la “conquista del desierto”: a fines de 1878 caían capturados los caciques Pincén, Epumer , Juan José Catriel y Nahuel Payún, el segundo del gran Pincén.

Para entonces Baigorrita había optado por iniciar su retirada hacia el sur, hacia el Neuquén, en busca de otro de los grandes lonkos: el pehuenche Feliciano Purrán , a quien le pensaba pedir ayuda y protección para su familia y su comunidad. En una de sus últimas cartas dirigidas al Padre Donati uno de sus interlocutores con el gobierno fechada en julio de 1878 le dice: “he oído que algunos de los jefes militares nos quieren invadir” y se pregunta y le pregunta:” ¿por qué?”
Más allá de las palabras la suerte estaba echada. En febrero de 1879 logró escapar de uno de las primeras embestidas de las columnas de la Cuarta División al mando del coronel Uriburu. Cayeron muertos varios de sus capitanejos y guerreros, siendo apresados casi un centenar de “indios de lanza” y trescientos de “chusma”

El 13 de mayo lo ataca el mayor Illescas matándole en la ocasión a uno de sus caballos blancos predilectos. Baigorrita eludió el cerco, pero quedaron en el campo de combate una treintena de sus hombres además de varios prisioneros.

Ese mes hubo unos dos enfrentamientos más en la persecución que se había convertido para los militares una cuestión de vida o muerte. El cacique lograba seguir libre pero perdía día tras día a hombres y mujeres de su comunidad la que se desgajaba sin remedio. A fines de mayo, el ejército da un golpe decisivo, tomando muchos prisioneros, incluso a la esposa del cacique o su mujer favorita, la artista francesa María Carrière, una ex cautiva. Pocos días después un nuevo enfrentamiento dejaba al cacique prácticamente solo.

El 16 de julio se produce en Los Ramblones el encuentro final. Lo sorprende esta vez el mayor Saturnino Torres, Capitán de Choiqueros. Hay distintas versiones de cómo fue esa última hora de Baigorrita, pero una de las más veraces dice que ya herido se negó a montar un caballo en el que sería llevado prisionero y enfrentó ya muy mal herido a la partida de milicos con una lanza en su mano izquierda y un puñal en la derecha. Cayó junto a cinco de sus mejores hombres.

Se dice que ese dia sopló en el Neuquén uno de los huracanes más violentos de los que se tenga memoria. Y de ese día nos dejó Luis Franco unas sentidas palabras en un texto clásico de 1967 y que hoy nos resuenan: “No aceptó pactos, ni perdones, ni dádivas, ni cautiverios. Mantuvo su dignidad hasta la hora de la muerte y para después de ella. Murió clavando su lanza en la carne de la ignominia, es decir, de la rapacidad disfrazada de redención y civilización“

Por ElOrejiverde
Fecha: 27/7/2017