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Hace 141 años Julio Roca y las tropas del Ejército iniciaban la autodenominada “conquista del desierto”, consumación de un genocidio aún no reconocido por el Estado argentino.

Los miles de Soldados del Ejército Expedicionario al Río Negro que esa mañana del 26 de abril de 1879 estaban acantonados en el Campamento General en Carhué dispuestos a iniciar tres días después la marcha hacia los territorios de las comunidades indígenas libres con el objetivo de tomarlos, escucharon la Orden del Día del general Roca.

“Cuando la ola humana invada estos desolados campos que ayer eran el escenario de correrías destructoras y sanguinarias para convertirlos en emporios de riqueza y en pueblos florecientes (...) extinguiendo estos nidos de piratas terrestres y tomando posesión real de la vasta región que los abriga (....) trazando con vuestras bayonetas...”.

La arenga procuraba estimular a los soldados contra los “salvajes”:

“En esta campaña no se arma vuestro brazo para herir compatriotas y hermanos extraviados por las pasiones políticas o para esclavizar y arruinar pueblos o conquistar territorios de las naciones vecinas. Se arma para algo más grande y noble; para combatir por la seguridad y engrandecimiento de la Patria, por la vida y fortuna de millares de argentinos y aún por la redención de esos mismos salvajes que, por tantos años librados a sus propios instintos, han pesado como un flagelo en la riqueza y bienestar de la República”.

En el mensaje Roca insiste con las ideas de salvajismo y barbarie, y la necesidad de eliminar esa forma de vida:

“Dentro de tres meses quedará todo concluido. Pero la República no termina en el río Negro: más allá acampan numerosos enjambres de salvajes que son una amenaza para el porvenir y que es necesario someter a las leyes y usos de la nación refundiéndolos en las poblaciones cristianas que se han de levantar...”.

“Consideraré siempre como el timbre más glorioso de mi vida haber sido vuestro general en jefe en esta gran cruzada inspirada por el más puro patriotismo, contra la barbarie”.

No importaron las decenas de tratados firmados, ni la voluntad expresa de los caciques de convivir con la nueva sociedad en formación, ni siquiera las voces disidentes que se levantaron desde la misma Buenos Aires ante la expedición aniquiladora que se preparaba. Considerados como “salvajes”, “bárbaros”, “piratas terrestres” y demás insultos con que se acostumbraba a discriminar y segregar desde los centros de poder por aquellos años a los hermanos indígenas, el clima exterminador que se fue creando contó con referentes ideológicos como Estanislao Zeballos que hicieron época con sus afirmaciones:

“Felizmente, el día de hacer pesar sobre ellos la mano de hierro del poder de la Nación se acerca [...] los salvajes dominados en la pampa deben ser tratados con implacable rigor, porque esos bandidos incorregibles mueren en su ley y solamente se doblan al hierro”

Todo contribuyó para que la maquinaria “redentora” por la sangre y su consecuencia inmediata, el despojo de los territorios, se pusiera en marcha de manera irremediable.

“Sellaremos con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para siempre, esta nacionalidad argentina, que tiene que formarse, como las pirámides de Egipto y el poder de los imperios, a costa de la sangre y el sudor de muchas generaciones” (General Roca, 1880)

Por qué fue un genocidio

Las políticas estatales llevadas a cabo por el Estado Nacional desde 1820 en adelante y con el clímax de las autodenominadas “conquistas del desierto” (1879-1885) y “del Chaco” (1870-1899) constituyen claramente un genocidio, dado que existió la voluntad política y militar de exterminar a los pueblos indígenas más allá de que esos objetivos no pudieron ser totalmente cumplidos.

Sin embargo la cantidad de matanzas llevadas a cabo y las cuantiosas pérdidas de vidas humanas provocaron el aniquilamiento y dispersión de decenas de comunidades, provocando una destrucción cultural sin precedentes en la historia argentina, solo comparable con el exterminio de culturas durante la conquista española.

El Estado argentino no ha reconocido aún esta figura legal perpetrada contra los pueblos indígenas durante el siglo XIX, así como lo ha hecho sin embargo con sucesos mucho más recientes como los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar 1976-1983 en los marcos del Terrorismo de Estado.

Desconocemos los motivos por los cuales esta deuda para con los pueblos indígenas aún no ha sido saldada -imaginamos algunos- pero en todo caso ella engrosa la nómina de crónicas postergaciones como la restitución de tierras y territorios, entre muchas otras.

Desde algunos sectores se niega el genocidio de los pueblos indígenas y se niega que el general Roca lo haya llevado a cabo. Entendiendo por genocidio a “cualquiera de los actos implementados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”, debemos decir que infinidad de alocuciones, escritos, declaraciones y finalmente los propios hechos consumados, confirman esa voluntad que el Estado argentino tuvo hacia los pueblos indígenas de Pampa. Patagonia y Chaco, con un claro punto de partida en 1820 con el gobernador Martín Rodríguez.

A partir de ahí y más allá de interregnos de negociaciones y status quo, el Estado argentino llevó a cabo campañas militares en una escalada que se extendió durante casi sesenta años y que fue diezmando a las comunidades hasta que el general Roca, violando los tratados suscriptos con los principales caciques y desconociendo la voluntad de estos por la coexistencia con la nueva sociedad, decide –con la anuencia del Congreso- la toma por la fuerza de los territorios indígenas.

Esa campaña (1879-1885) que ni los presidentes Mitre y Sarmiento se habían decidido a realizar, señala a Roca como el que encarnó y consumó un genocidio que aún hoy está vivo en la memoria de los descendientes.

Todas las justificaciones políticas, económicas, militares, religiosas y demás que esgrimen los partidarios de la autodenominada “conquista del desierto” y los eufemismos utilizados como “conflictos de culturas” son encubrimientos que intentan ocultar lo inocultable: el despojo de los territorios a los pueblos originarios y la destrucción de sus formas de vida.

Ni siquiera alcanza el argumento respecto a la no pertinencia de aplicar en forma retroactiva el concepto de “genocidio”, teniendo en cuenta que la misma Organización de las Naciones Unidas ya ha expresado la propiedad de su aplicación en casos como el holocausto perpetrado por los nazis entre 1938 y 1945 o el exterminio llevado adelante por los turcos en Armenia entre 1915 y 1917.

Algún día el Estado argentino saldará también esta deuda, lo que nos posibilitará seguir madurando y creciendo como individuos y como sociedad, en una comunidad que viva basada en la justicia, el respeto por el otro y orgullosa de su diversidad cultural. Por eso un día como hoy no olvidamos.

Por ElOrejiverde
Fecha: 26/04/2021

(El presente texto es extracto de fragmentos de los libros “Nuestros Paisanos los Indios” y La Argentina de los caciques” de Carlos Martínez Sarasola)

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