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Se comparten fragmentos de un discurso incluido en El libro “Entre los hijos de Atahualpa. La experiencia de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca”, de Alfredo Mires Ortiz, publicado por la Biblioteca Nacional del Perú, en 2021.

Alguien decía que los mundos de pueblos diferentes tienen formas diferentes. Solamente así puede comprenderse por qué en las comunidades donde vivimos todo goza de los pálpitos del ánimo, todo vive y no hay nada que no tenga personalidad y compostura, no hay nada que no comparta la misma sustancia que a todos hermana; no hay nada que no partícipe de la fértil vida comunitaria.

Así puede comprenderse también por qué en las comunidades donde se instalan las Bibliotecas Rurales de Cajamarca a los libros se les llama «compadres» y por qué se les considera herramientas que participan de los trabajos en los campos.

Esto significa, sobre todo, haber logrado engarzar el libro —durante tanto tiempo un depositario ajeno de conocimientos también ajenos—, con las potencialidades y demandas de los que no suelen tener la sartén por el mango (y muchas veces ni la sartén).

Pero a esto no se llegó con una receta de desarrollo ni con un proyecto preconcebido desde afuera o elucubrado desde premisas académicas en boga: este ha sido y sigue siendo un largo proceso comunitario de construcción y de deconstrucción basado en las experiencias y en los saberes de la propia gente en las mismas comunidades.

¿Quién puede saber más del hambre sino aquel que la padece? ¿Quién puede testimoniar mejor los sueños sino el que sueña? ¿Quién puede saber más de la tierra sino aquel que no ha perdido la filiación con ella? ¿Quién puede saber mejor de aspiraciones sino aquellos que no han cesado de crecer, resistir y permanecer?

Este proceso solo pudo sostenerse por su basamento colectivo en las propias maneras de ser y estar de los descamisados y de los sencillos, por haberse sustentado en la tradición de los pueblos y por haber sido encaminado por los propios comuneros. No como una reivindicación concedida, sino como un derecho edificado.

La red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca

La gran mayoría de los miembros coordinadores de la Red son comuneros que, como la mayoría de la población campesina del área, no han terminado sus estudios primarios. Son las mismas bibliotecas, entonces, las que han pasado a convertirse en nuestras propias universidades, además del enorme bagaje de conocimientos que ya se posee por el desafío que significa sobrevivir, pertenecer a esta cultura y hacer producir la tierra.

En tanto la lectura está supeditada al ritmo de vida agrícola, aunque un miembro de la casa pueda haber sido elegido bibliotecario, toda la familia asume la responsabilidad de esta tarea. Así ocurre que la mamá o los niños, mientras el padre debe cumplir con las tareas de labranza, suelen ser los más enterados de los contenidos de los libros y del quehacer de la lectura en la comunidad. La lectura, en consecuencia, también es colectiva: los círculos que se organizan implican que un miembro del grupo lea en voz alta rodeado de muchos «lectores oyentes», como se les llama en el campo.

Pero también ocurre que la participación se diversifica, porque aquellos que no saben leer suelen ubicarse lo más cerca posible de aquel que lee para seguir con los ojos el dedo que guía la lectura, generándose de este modo una suerte de alfabetización «natural», sin haber sido planificada institucionalmente.

Los libros, así, pueden ser herramientas concretas de afirmación y de discernimiento, acompañantes firmes del camino y de los propósitos colectivos. La lectura, entonces, equivale al proceso de recuperación y fortalecimiento de la identidad y la dignidad, restauradora del parentesco comunitario, propiciadora del respeto generacional, exhortadora de la criticidad y amacolladora de la actividad agrícola.

Por El Orejiverde
Nota: El texto forma parte de la publicación "Sembrando palabras" de Alfredo Mires Ortiz, Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca, Premio Casa de la Literatura Peruana 2021.
Fecha: 29/04/2022

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