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El impacto de la “conquista española” en el Perú, forma parte de la entrevista que nos realizara Pier Paolo Giarolo para un documental que dio lugar a la película “Libros y nubes” dedicada a las bibliotecas rurales de Cajamarca

Desaprender lo aprendido

En la escuela nosotros crecemos aprendiendo que 177 valientes españoles conquistaron el “imperio” de los incas. Nos están diciendo que éramos una sarta de cobardes; nos están diciendo que venimos de un pueblo inepto, inútil, incapaz. Nos están diciendo también que los mejores pueblos son aquellos que se desarrollan sobre la base de la guerra, que para poder ser poderoso hay que ser guerrero en el sentido de matar al otro, de aniquilar al otro…
pero lo difícil es ser valiente tratando de hacer vivir al resto.

Y entonces es un desafío muy grande para nosotros desaprender la cantidad de tonterías con las que nos llenaron la cabeza y, en la medida de lo posible, reescribir nuestra propia historia.
Porque aquí nunca hubo un imperio de los incas: aquí había federaciones de pueblos, federaciones de comunidades, comunidades de comunidades que no tenían por qué obedecer al modelo de organización social europea.

Estamos hablando de dos procesos históricos diferentes, y si no entendemos eso es muy difícil entender qué ocurrió el 16 de noviembre de 1532 cuando se encontraron los invasores, aquí en Cajamarca, alrededor de las 3 de la tarde.

Aquí no había diez mil indios armados, cincuenta mil indios armados esperando ferozmente a que llegaran los cristianos para darles muerte. Esa es una tontería que nos han metido los hispanistas más recalcitrantes.

Cuando viene Atahualpa hacia Cajamarca desde los Baños del Inca, venía de un ritual de curación, de limpieza, para conocer a esta gente y, al parecer, una de las primeras cosas que quería era saber por qué habían venido haciendo tanto daño por el camino. Por lo menos eso está en las crónicas: quería explicaciones de por qué –si les recibían con tanta amabilidad– por qué estaban matando a su gente.

Uno de los primeros pasos que tomaban formalmente los invasores era la lectura de un documento que se llamaba el “Requerimiento”, y que –“Cosa es de reír o de llorar” decía Bartolomé de las Casas, de este documento porque– en éste se instaba a los indios a que dejaran todo en manos de los invasores, que renunciaran a su mundo, a sus dioses, a su vida y que, si ellos se oponían, iban a ser exterminados, asesinados, violadas sus mujeres, esclavizados sus hijos… y que de esas muertes y todas estas desgracias los indios iban a ser los culpables y no los invasores.

De manera que cuando le entregan el libro –unos dicen la Biblia, otros dicen un breviario–, cuando se lo entregan a Atahualpa, como cualquier objeto Atahualpa lo tomó, lo calculó, lo tocó: viniendo de quien venía –sin decir nada como decían los otros elementos de la naturaleza– la historia cuenta que Atahualpa arrojó el libro.

Valverde, el cura que encabezaba el grupo de españoles junto con Pizarro dio la voz, ordenó diciendo que “ese perro había arrojado la palabra de Dios al suelo”, y gritó “¡Santiago!” y comenzó la masacre…

Las crónicas dicen que alrededor de diez mil indios fueron asesinados, hombres, mujeres, niños: El libro estuvo en el incidente histórico más impactante del proceso de la invasión de nuestros pueblos.

Los libros que caminan con los bibliotecarios

El libro entró a la historia investido de prepotencia, porque los libros contienen la verdad de los dioses, los libros contienen las verdades de las leyes y los libros contienen las verdades de la ciencia… desde el punto de vista oficial.

Nosotros solo teníamos la existencia y la palabra; de manera que criar el libro, incorporarlo como herramienta a nuestras formas de vida era un desafío que implicaba romper la pared que nos separaba del libro.

Pero no queremos, bajo ninguna circunstancia, tomar al libro como un fetiche del conocimiento externo: nos interesan los paisajes que habitan en el libro; nos interesan los mundos que son posibles en el libro; nos interesan las vidas que están anidando en un libro.

Uno puede utilizar una herramienta para abrir surcos y sembrar las semillas o puede utilizarla para enterrar cadáveres: la herramienta no tiene la culpa de la forma cómo se la utilice.

Hay muchas cosas que han cambiado con los tiempos, pero algunas se mantienen como fue hace casi cuarenta años. Y probablemente uno de los grandes cambios que tiene que ver con el nacimiento de las bibliotecas rurales de Cajamarca, son los cambios que ocurren con la iglesia, que estuvo tan ligada –tan vinculada– al poder político durante el tiempo de la conquista, y que de pronto empieza a redescubrirse el mensaje, un mensaje evangélico vinculado a los pobres, solidario con los más necesitados. Y entonces América Latina empieza a convertirse en una especie de “continente de la esperanza”.

En ese contexto es que una hornada de sacerdotes, de curas vinculados a la Teología de la Liberación, viene para vivir en las comunidades, en los pueblos del Perú. Y uno de ellos es Juan Medcalf, un sacerdote inglés que después se naturalizó peruano y que se interna a trabajar –junto con otros sacerdotes más– en la zona de Bambamarca. Y es en Bambamarca donde empieza a gestarse, a través de un préstamo inicial de libros, la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca.

En muchas ocasiones he llegado a comunidades a visitar a nuestros compañeros y compañeras y, después de los saludos, se acercan algunos mayorcitos, algunas mayorcitas que yo sabía que eran analfabetos, se acercan a mí con un papel y me dicen: “Mira, aquí está mi nombre: yo lo he escrito; yo sé escribir ahora mi nombre. Ahora voy a escribir una carta a mi hijo, estoy aprendiendo”.

Entonces las formas como el libro repercute en la comunidad pueden ser diversas: gente que ha aprendido a coser, a tejer, a combinar colores, a incorporar imágenes, a mejorar la salud –respecto a las enfermedades que entran–, a defender sus derechos –con la Constitución Política en las manos–, a poder sustentar temas sobre la base de lo que se lee… hay repercusiones concretas, entre lectura y práctica; no es leer por leer: es leer como un ejercicio agrícola.

Aunque nos llamamos Bibliotecas Rurales, uno va al campo y no encuentra una biblioteca, un estante con libros ni un empleado adusto con lentes que anota qué libro te llevas.
No es así como funciona. El primer punto para nosotros es que sea la Asamblea Comunitaria la que decida tener su biblioteca y –una vez que la comunidad decide tener la biblioteca– eligen al bibliotecario, que es un comunero miembro de la propia comunidad. Y es él quien recibe los libros, los lleva a su casa y con su familia atienden, sin horario, en cualquier día de la semana y con la posibilidad de llevarlos hasta su casa.

La idea es que después de un tiempo –alrededor de tres meses– los libros sean canjeados entre las comunidades. De la misma manera como se intercambian los productos de la tierra, se intercambian los libros, y se intercambian los conocimientos que viajan con los libros.

Visto así, aparenta entonces que es un sistema que funciona con el canje y nada más, pero habría que contextuarnos en cómo es Cajamarca porque, como el agua, probablemente no hay cosa que más pese como los libros, e implica cargarlos, implica llevarlos de sitio en sitio, porque nosotros no tenemos vehículos, ni tenemos empleados o choferes que vayan llevando los libros: hay que caminar con los libros, hay que llevarlos de sitio en sitio. Y aunque hay tantas carreteras que se han abierto hoy día, nosotros seguimos mayormente haciendo el trabajo a pie. Y eso implica caminar: el mínimo es una hora; dos, cinco, diez horas; dos días de marcha para llegar a algunas de las comunidades…

Los libros caminan con los mensajeros, los libros caminan con los bibliotecarios.
No es un centro de acopio que distribuye los libros como canastas, como bizcochos, si no es un intercambio de propuestas, un intercambio de sentidos, un intercambio de ideas, un intercambio de caminos.

Uno de los pocos momentos en los que se tiene tiempo en el campo –después del trabajo, quiero decir–, la familia puede reunirse alrededor del fogón y a la luz de ese fuego empezar a leer, sobre todo los niños, empezarle a leer a los demás.

El libro se vuelve un miembro de la familia; la lectura se vuelve parte de la forma de estar en las comunidades. Que yo sepa, esto no ha salido en ninguna película, en ningún gran documental –ni nos lo recuerdan permanentemente–: la hecatombe ocurrida en este continente, la más grande probablemente de la historia de los pueblos del mundo, no suele ser recordada como una tragedia, como una deuda que saldar por parte de la humanidad, sino como un gran triunfo por parte de la civilización contra los salvajes.

Por Alfredo Mires Ortiz
Fuente: Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca – 77, 2013.
http://bibliotecasruralescajamarca.blogspot.com/
Fecha: 14/3/2016

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