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Hace 146 años se libraba uno de los más grandes enfrentamientos entre los guerreros indígenas de las pampas y el ejército argentino y que signaría la historia posterior del país

Hacia mediados del siglo XIX, la inestable paz de la frontera duraba lo que un suspiro. En un confuso episodio en mayo de 1871, el comandante de la frontera sur coronel Francisco de Elías atacó a los caciques Manuel Grande, Gervasio Chipitruz y Calfuquir, acusados de haberse sublevado contra Cipriano Catriel, a su vez designado por un tratado firmado poco tiempo atrás como “Cacique principal de todos los indios”.

Un malón gigantesco

Esa traición enfureció al gran lonko Calfucurá, que reunió a todos los suyos y sus aliados circunstanciales, decidido a vengar la afrenta sufrida por sus hermanos. Se tomó tiempo para anticipar su decisión por carta al coronel Boer, a la sazón jefe de la frontera oeste de Buenos Aires, a quien le comunicó en una misiva el inminente ataque: “así es que me vine con seis mil indios, a vengarme por la gran picardía que hicieron con Manuel Grande y Chipitrús y demás capitanes”

Por ese entonces el cacique Andrés Raninqueo custodiaba la frontera en la laguna LaVerde, y era de alguna manera el último obstáculo para las avanzadas indígenas que venían desde el corazón de las pampas. Tomado prisionero, fue remitido a Salinas Grandes, mientras los seis mil guerreros anunciados por Calfucurá entraban en los partidos de Alvear, 25 de Mayo y 9 de Julio con un resultado elocuente: 300 pobladores muertos; 500 cautivos y 200.000 cabezas de ganado capturadas.

Las tropas de Azul no pudieron moverse porque fueron debidamente controladas por parte de los indígenas, mientras que el resto, si bien “sintieron” el malón, al entrar este muy fraccionado, no tuvieron idea de su magnitud hasta mucho tiempo después.

Uno de los más grandes ataques quedaba consumado y fue una demostración del poder indígena todavía vigente. Pero tan solo tres días después, comenzó a escribirse otra historia.

Una batalla emblemática

Casi inesperadamente, el general Ignacio Rivas, comandante en jefe de la frontera, reunió a 1000 de sus hombres y 500 “indios amigos” de los caciques Coliqueo y Catriel, y enfrentó a Calfucurá, que regresaba tierra adentro al frente de unos 3500 cona mientras los 2500 restantes se alejaban llevando a Tierra Adentro el fabuloso arreo.

El choque se produjo en la madrugada del 8 de marzo de 1872 al norte de San Carlos (actual Bolívar) y se lo recuerda como uno de los más terribles producidos hasta entonces.
Los grandes lonkos Calfucurá, Reuque-Curá, Pincén, Catricurá, Namuncurá y Epumer, ordenaron el dispositivo de combate.

Estanislao Zeballos, cronista de la época e ideólogo de las matanzas posteriores contra los indígenas, dejó una pintura de aquel enfrentamiento no exento de admiración hacia los hijos de la tierra: “Los indios maniobraron lúcidamente. Marchaban en cinco columnas paralelas, guardando distancias tácticas y con guerrillas al frente, y desplegaron sus líneas al toque del clarín, con limpieza veterana. Calfucurá recorrió sus regimientos y los proclamó, recordándoles los tiempos de antes, asegurando que los indios de Catriel se pasarían. Previno a todos los comandantes de unidades que pelearan pie a tierra como los infantes, para probar al cristiano que valían tanto como él. Y mandó tocar ataque”.

El clarín -también en poder de los indios- atronó la mañana y fue la señal de que la batalla había comenzado. Se sucedieron horas interminables en que pasó de todo: los furiosos entreveros; la destrucción del mito de que el indígena no era capaz de pelear “de a pie”; la orden de Cipriano Catriel en plena batalla de fusilar a los que no querían luchar contra sus hermanos; y a pesar de ese intento, el enfrentamiento intracomunitario.

El desenlace era incierto, cuando una carga final de Catriel y Rivas comenzó a desmembrar las fuerzas de Calfucurá, que ordenó la retirada. Es imposible saber bien lo que sucedió en San Carlos y por qué sucedió. Probablemente los flamantes fusiles Remington, que hicieron estragos entre los indígenas; quizá la presencia de casi 1000 indígenas del lado de las fuerzas nacionales con su obvia carga psicológica negativa para los “hostiles”; tal vez el riesgo entrevisto por Calfucurá de prolongar demasiado la batalla en plena línea de frontera. Lo cierto es que el toqui retiró a sus huestes dejando sobre el terreno más de 200 muertos y un secreto adiós a su liderazgo.

Envalentonado por la victoria de San Carlos, el gobierno nacional dispuso ese mismo año nuevas operaciones militares y algunas comitivas diplomáticas. Pero ya nada sería igual para las comunidades libres de la llanura, ¿la gran batalla había sido una señal? No lo sabemos; lo cierto es que poco más de un año después, el 4 de junio de 1873, un Calfucurá anciano moría en sus tolderías vecinas a las Salinas Grandes, dejando su famoso testamento oral: “No abandonar Carhué al huinca”.

La muerte del cacique alegró a Buenos Aires y a los gobiernos provinciales fronterizos, aunque poco durarían las celebraciones: su hijo, Manuel Namuncurá, de 62 años, tomó el mando de sus tribus mientras los grandes lonkos Pincén y Epumer se aprestaban para resistir en sus campos el avance de las tropas nacionales. Todavía faltaban algunos años para que en los territorios ancestrales se apagara la llama de la libertad.

Por ElOrejiverde

Fuente:
Martínez Sarasola, Carlos. “Nuestros Paisanos los Indios”, 1992
Fecha: 16/3/2018

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