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Recientemente, el grupo Chimbe acaba de publicar su segundo disco de estudio, “Orejiverde”, todo un homenaje a la obra del gran Carlos Martínez Sarasola, en honor a uno de los más queridos anhelos del autor de “Nuestros paisanos los indios”, que fue precisamente el “Diario de los Pueblos Indígenas El Orejiverde”.

Este trabajo de Chimbe, continúa, en cuanto al estilo, con lo que sus músicos suelen denominar “Rock Ancestral Tribal”, con un marcado respeto a los legados culturales de los pueblos originarios, donde se advierte un acercamiento al contexto chamánico desde un plano etnomusicológico y experimental.

Se trata de un cuidado trabajo colectivo, con un arte de tapa excelente (a cargo de Ojos de Cíclope), cuya imagen remite a la figura de un chamán en sincronía con la naturaleza y el mundo de los animales (Orejiverde, tal como lo expresó Carlos, fue el nombre de un cacique de las pampas, de origen rankülche llamado Carripilon, cuyo significado era “Oreja Verde”, por tener la propiedad de saber escuchar a la tierra). En este disco se advierte el rumbo de lo que se conoce como “Neofolk Rock”, donde se fusiona instrumentos actuales con sonoridades ancestrales de Sudamérica y del mundo.

Chimbe (cuyo nombre remite al entendimiento de un espacio sagrado para el chamanismo norperuano), se encuentra integrado actualmente por Andrés Fortunato (Dirección general, voz principal, instrumentos ancestrales, guitarra, bajo y percusión), Belén Ricardes (Dirección audiovisual, voz, sintetizador, samplers e instrumentos ancestrales), Lautaro Toscano (voz, guitarra, charango, instrumentos ancestrales) y Emilia Uriarte (accesorios e instrumentos ancestrales), y para esta ocasión se han sumado en algunas canciones Manuel Momo en bandoneón, John McKusick aportando serrucho, morin khuur y generador de ruido, la voz de Karen Fleitas, Yael Martínez en berimbao y percusión, y la participación de Pablo Fortunato en batería.

Lo que suele hacer Chimbe es una búsqueda de sonidos con anclaje en los orígenes ancestrales de antiguas culturas sudamericanas, donde entrelazan elementos de la música electrónica, electroacústica y acusmática (una tipología musical basada en la experimentación, en donde los sonidos se separan de su contexto y se aplican a la estructura de la canción, sin tener lugar en una partitura), y que en este caso, a través de las 10 canciones que integran el disco, encuentran un espacio mientras avanzan en renovadas exploraciones (acaso luz de luz, la primera canción, condense todo ese entendimiento a través de las diferentes capas de sonido y voces que se van tejiendo, marcando un registro y un sentido de pertenencia).

Le sigue “Pichi Kurruf” que incluye el andar de una chacarera con un delicado acompañamiento de bandoneón, para luego pasar a “Nuestro Grito”, con reminiscencias a la banda argentina “Familia de Lobos”, por su densidad sonora, con un ritmo que va cambiando hacia el territorio del rock duro, energía que sigue su camino con “Acá Estamos”. Es interesante advertir que lo que parece una guitarra eléctrica, en muchos casos es un instrumento ejecutado por Andrés Fortunato con una tabla de madera, una cuerda tensada, 3 tornillos, 1 micrófono de guitarra y 1 frasco, y al pulsar la cuerda expande un sonido cargado de psicodelia con diferentes capas sonoras, la técnica es experimentación pura, que podría ser un hallazgo para muchas bandas que transitan el género noise o indie.

Personalmente, disfruté mucho la serenidad de la muy bella “Marea de Estrellas”, en donde las voces de Belén y Andrés, lejanas y cercanas, se combinan con armonía para llevar a la canción a un aire de nostalgia y remembranza, una hermosa balada cargada de efectos oníricos, con arreglos sutiles de arpegios en guitarra y charango, que pareciera invocar el recuerdo de lo que fue: “cuanta lucha habrá que llevar, para algo conservar”, “liberan la esencia real, nunca me olvides y me encontrarás”, o al menos es lo que se permite interpretar de esta lograda pieza de Chimbe, de ese tipo de canciones que serán recordadas por mucho tiempo.

En "Espejos de colores", se advierten sonoridades del universo Mapuche que recuerdan algunas introducciones (mantras) de Rubén Patagonia, donde se aprecia el interesante aporte de John McKusick con sonidos extraídos de milenarios instrumentos como el serrucho y el morin khuur, mientras que en "Colmillo blanco", se distingue un cuidado trabajo coral, con músicos que experimentan con sus instrumentos, llegando a crear un sonido con múltiples texturas, densidad bajo la cual Chimbe se va abriendo camino, desde lo conceptual, integrando la palabra y la composición, en ese tránsito por los valores de las culturas aborígenes.

Para el tramo final del disco, "Copla Astral" amplía las distintas tonalidades en cuanto a las voces, con excelentes arreglos corales que se yuxtaponen, a la par de una guitarra eléctrica (o acaso el artefacto que simula dicho sonido) que encuentra un sendero entre aquellos cantos ancestrales. Mientras que en "Pasos de barro" la voz de Belén Ricardes recuerda el de los antiguos, reducida en este caso al canto al que se llega danzando a través de la memoria. Al paso de los minutos, el tema adquiere el ritmo propio de un carnavalito andino, la evocación a la tierra y al viento, como se expresa en las estrofas: "En los hijos de mis hijos me vas a ver levantar, aunque ya no deje huellas en la tierra, en el silbido del viento me vas a escuchar cantar”.

Esa canción podría extenderse por largos minutos sin perder sentido, se intuye que en vivo puede llegar a encontrar otra entidad, tan impredecible como festiva.

El disco finaliza con "Balanza", donde todas las exploraciones sónicas se conjugan en una declaración de principios de hacia dónde seguir, un ejercicio que nuevamente incluye un excelente juego de voces, en donde se suman músicos invitados con instrumentos como el berimbao, percusiones y batería. La canción es enérgica e invita a los oyentes a compartir un viaje, donde el camino se abre, en una permanente búsqueda de una voz propia. En ese territorio, tomando como base resonancias concretas presentes a lo largo del álbum, las letras acercan gritos de otros tiempos, en donde pareciera que Chimbe busca transmitir al oyente que otros valores fueron posibles y que debemos permitirnos la oportunidad de frecuentarlos nuevamente.

En esencia, es eso y mucho más El Orejiverde: habilitar puentes de entendimiento, explorar distintos planos a medida que se avanza.
El legado de la música con reminiscencias a los pueblos indígenas, ya han tenido importantes avances y homenajes con músicos como Rubén Patagonia, Familia de Lobos, Arbolito, Shaman Herrera (en un sentido más chamánico) y en otro rumbo, acaso más etnomusicológico, artistas de la talla de Silvia Barrios (el soberbio disco “Cantos del origen”, donde supo rescatar las expresiones musicales de los pueblos wichi-mataco, chorote, nivaklé, chiriguano-chané), Leda Valladares (imprescindible el reconocido “Mapa Musical de la Argentina”, proyecto que permitió recuperar un catálogo de coplas, bagualas, tonadas, vidalas, y cantos con caja, grabando canciones de músicos anónimos en carnavales, peñas folklóricas y comparsas) o el Chango Spasiuk con sus estudios sobre la música litoraleña, el chamamé y el aporte de la raíz guaranítica en las distintas expresiones del noreste argentino.

Chimbe sigue esa corriente desde la búsqueda de sonidos propios de la naturaleza, tomando el rock como cable a tierra -adscripción genuina de la banda- y atravesando concepciones folclóricas con el respeto al mundo antiguo de los pueblos originarios. Cabe señalar el recorrido de Andrés Fortunato como investigador, que lo llevó a formar parte de la Orquesta de Instrumentos Autóctonos y Nuevas Tecnologías de la UNTREF, con la que participó de giras internacionales en varios países europeos. De esos estudios se desprenden inquietudes que fueron aplicadas en los discos.

Lo que se percibe en ese tránsito es un trabajo realizado a conciencia, que le permite al grupo seguir su camino en el complicado escenario musical argentino. Es significativo el aporte a este modo de concebir la música, que ya ha sido reconocido por sus pares en el disco debut de la banda (músicos como Carca, de Babasónicos, el guitarrista de Almafuerte, “Tano” Marciello, o el actor Juan Palomino), lo cual augura un promisorio recorrido.

Como solíamos decir en la redacción del diario: “Larga vida al Orejiverde”. Chimbe suma un nuevo motivo para seguir confiando en esa frase. Sabemos que a Carlos le hubiera gustado mucho este homenaje.

Instagram de Chimbe
https://www.instagram.com/chimbe.musica/

Por Daniel Canosa – El Orejiverde
Fecha: 13/03/2024

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